miércoles, 4 de diciembre de 2013

Berrinches, rabietas y pérdidas del control. Manejo Emocional en niños con autismo – Parte II

Berrinches, rabietas y pérdidas del control. Manejo Emocional en niños con autismo – Parte II


Haciendo y Emocionando juntos


Si contemplamos entonces muchas de las características emocionales de los niños con trastornos de lenguaje, como una respuesta para evitar mayores frustraciones, rechazando hacer lo que les cuesta, manifestando su desagrado por lo que no entienden, o reaccionando a la frustración o la fatiga, es claro que no es posible manejar estos problemas de un modo directo o con enfoques “correctivos” rígidos.
Los niños obedecen a los principios de placer (hago aquello que me gusta o me divierte), de economía (hago lo más fácil y rápido) o de familiaridad y novedad (hago lo que conozco o me intereso por lo nuevo) por lo que es obvio que obtendremos mejores resultados, en lo referente a las emociones, si incorporamos aspectos como reglas de conducta o normas de comportamiento y actitudes, dentro de situaciones de juego y no solamente como limitaciones impuestas desde fuera.
Podemos utilizar un “principio de negociación” tal como: los objetos que le gustan al niño se usan de la manera en que el adulto propone o, lo que es igual, lo que el adulto quiere hacer se realiza con lo que al niño le interesa. No existe la manera correcta definitiva para interactuar. Lo que es mejor es atenerse a principios de interacción (Flexibilidad y Negociación) para poder utilizar cualquier situación o material como oportunidad para relacionarse y aprender.
Un elemento muy importante y difícil de manejar en la interacción con niños con TGD se refiere a la motivación, que se refiere al deseo de hacer algo.
Existe una motivación interna, lo que cada niño quiere hacer, lo que le gusta o lo que le llama la atención. También existe una motivación externa, lo que alguien hace que nos interese, lo que alguien nos propone. La interacción social tiene mucho de este último tipo de motivación que se relaciona con interesarnos en otra cosa que se nos propone, en respetar reglas o hacer lo que se nos pide.
La mayoría de los niños pequeños presenta mayor motivación interna, obedeciendo a sus impulsos e intereses. Los niños con TGD, en un principio, obedecen exclusivamente a sus propias motivación y tienden a rechazar lo que se les ofrece o propone. Esto se vuelve muy frustrante para quienes les rodean, ante la imposibilidad de interactuar.
Sin embargo, si recordamos lo que se ha señalado hasta ahora, todo niño tendrá algún interés, ya sea por un movimiento, un objeto, un alimento, aún en casos muy severos. Esa será la fuente de motivación que necesitamos para trabajar con él. Para obtener ese limitado objeto de interés, para poder realizar el movimiento de auto estimulación, el niño deberá al menos, pasar un corto lapso de tiempo realizando acciones solicitadas (instigadas o no), a pesar de su molestia. Al final de la acción, recibirá lo que es de su agrado. Con el tiempo, presentará menos molestias y realizará lo que se le pide con menor esfuerzo.
La acción conjunta nos permite entonces, no sólo que el niño desarrolle una comprensión del mundo y de la interacción con las personas, también posibilita el intercambio de emociones entre quienes participan. La riqueza afectiva de la interacción es fundamental para el desarrollo de la convivencia con un niño con TGD.
Al interactuar con un objeto de interés, realizando los formatos y acciones ya descritas en el capítulo anterior, vamos acostumbrando al niño a nuestra cercanía, nuestros cambios de movimiento y tono muscular, nuestra voz y nuestro rostro. Todos estos elementos son indicadores de nuestra emoción, por lo que al repetirse de manera relativamente sistemática, el niño va “entendiendo” que lo que hace provoca determinadas reacciones (de agrado o desagrado) en nosotros. Cada reacción nuestra debe ir seguida de una acción de premio (abrazo, sonrisa, aplauso, etc.) o de control (contención física, cese de actividad, retiro de material etc.). Esta relación entre reacciones emocionales y conductas del adulto, permite al niño ir comprendiendo la dinámica de la interacción y el resultado de sus propias acciones.
Como veremos en este capítulo, la utilización de técnicas básicas de manejo emocional, permite disminuir los tiempos de frustración, la excesiva reacción inadecuada y la misma frustración del adulto, al poder controlar de mejor manera el comportamiento del niño.

Reflexiones iniciales para el manejo de conductas disruptivas

Se llama disruptiva a toda conducta que rompe con la posibilidad de interacción y aprendizaje. En un amplio rango que va de la inatención absoluta al berrinche más severo y agresivo, los niños con TGD manifiestan todo tipo de expresiones posibles que impiden relacionarse con ellos. Es importante recordar que niños sin TGD también tienden a utilizar estas conductas para manipular su entorno social. En ambos casos, el medio ambiente social juega un rol importante, tanto para el establecimiento de estas conductas, como para su eliminación.
Un berrinche o pataleta es el ejemplo típico de las conductas disruptivas que los padres padecemos con frecuencia, por parte de nuestros hijos. Situaciones como el vestirse, el retraso en la alimentación, el no poder obtener un objeto, el apagar el televisor o la luz, el cerrar una puerta y muchas otras, pueden disparar reacciones desmedidas en las que el llanto, los gritos, el tirarse al suelo, botar objetos, morderse, golpearse contra las paredes o agredir al otro, son manifestaciones bastante frecuentes.
En el lenguaje común, para la mayoría de las personas, un berrinche o una pataleta es simplemente la manifestación de un niño o niña mañosos. El término mañoso o mal criado deja la responsabilidad o, más bien, la culpa del berrinche en el estilo de crianza de los padres. Como bien dice el refrán, es fácil ser general después de la batalla. Quienes no conviven con un niño que llora por causas desconocidas o que su cerebro es incapaz de procesar el mundo y no puede manejar sus emociones, no saben lo difícil y a veces, imposible que es entender porqué un niño hace pataletas. Tampoco saben lo difícil que es controlar tales manifestaciones y, por sobre todo, lo desgastante que puede ser convivir permanentemente con el llanto extremo, la pataleta o la agresión. No es raro entonces que muchas familias se rindan, esperando que una institución o un especialista controlen los berrinches. La convivencia con una niño con TGD es un reto para valientes y para padres a la vez llenos de amor, compasión y tolerancia.
Debemos entonces entender y reflexionar acerca de estas conductas. En primer lugar, es necesario determinar y describir lo mejor posible los siguientes aspectos:
  • Cómo es la conducta disruptiva. Qué hace el niño cuando se molesta. (A veces llora, vocaliza, dice frases, se tira al suelo, lanza golpes o patadas, mira al rostro).
  • La reacción del entorno social frente a la pataleta (se asustan, lo retan, lo golpean, le dan en el gusto)
  • Los resultados de tal reacción ( el niño se calma, continúa con su reacción por largo rato, sonríe).
  • Los elementos que rodean la conducta (qué pasó antes, durante y después).
  • Las posibles motivaciones del niño (un objeto, un alimento, una persona, no hacer algo, salir de un lugar, ir hacia un lugar, sueño, hambre, fatiga).
  • Cuanto tiempo dura la conducta negativa (minutos, horas).
Una pataleta no es una conducta desmotivada ni aislada y tiene por tanto diversos componentes que podemos describir y agrupara para efectos de entender tales manifestaciones.
En primer lugar tenemos la reacción emocional misma, expresando la molestia en el llanto, los gritos y las vocalizaciones o verbalizaciones (no, déjeme, auxilio, no quiere). En segundo lugar, se observan reacciones motoras extremas (saltos, tirarse al suelo, agitación de brazos). En tercer lugar, puede aparecer agresión a personas (morder, arañar, patear, golpear), a sí mismo (arañarse, golpearse, batir la cabeza contra el suelo o muralla) o al medio físico (botar objetos, romper cosas). En cada berrinche o pataleta podemos encontrar estos tres niveles de manera diversa, aunque regular para cada niño.
Es importante que los padres observen y describan las manifestaciones de cada niño. De esta manera es posible determinar la gravedad de la manifestación, ya sea por intensidad (mucha intensidad en todos los componentes o mucha agresión y gritos) o por su duración en el tiempo.
Este primer nivel de análisis permite saber si estamos frente a una situación crítica o no. También permite conocer que situaciones son más conflictivas y así prevenirlas. Un segundo nivel de análisis se refiere a que existen conductas que permiten la interacción y posterior manejo, junto con otras que son totalmente desvinculantes del entorno.
Las conductas que permiten la interacción son la búsqueda de objetos o personas, el mirarse, vocalizar o hablar, el llorar suave y la posibilidad de seguir instrucciones durante el período de llanto. Estas pueden utilizarse a nuestro favor y permiten modular al niño.
Las conductas altamente desvinculantes son la agresión y la destrucción del medio, junto con las reacciones motoras extremas. Estas conductas es mejor extinguirlas o controlarlas para que el niño no se dañe, no cause daño a los demás ni sea visto como un problema severo para el entorno.
Luego de lo señalado, e importante considerar el enojo y el llanto desde otra perspectiva. Nuestra cultura tiene aversión por las emociones negativas, en la falsa creencia de que son destructivas para la persona. En realidad lo destructivo es el permanecer por mucho tiempo en tales emociones y realizar acciones negativas motivadas por tales reacciones emocionales.
Para cada uno de nosotros es casi imposible no presentar emociones negativas durante el día, más aun dentro de las agitadas vidas que nos impone el mundo actual. No todo lo que hacemos está motivado por el disfrute, el amor o la compasión. Nos levantamos temprano sin muchas ganas, trabajamos a nuestro pesar y paganos cuentas que no queremos (entre muchas otras cosas). En varias ocasiones tomamos la decisión de hacer cosas para evitar males mayores, sin importar si nos gusta o no hacer algo. En definitiva, no siempre funcionamos por una motivación positiva.
Lo mismo sucede con los niños. No siempre tiene que gustarles o ser divertido lo que hacen. ¿Qué tiene de divertido estar sentado en clases por horas, ordenar la pieza o comer sentado por veinte minutos?. La mayoría de las reglas de conducta, las responsabilidades y la adecuación social no son divertidas al principio. Muchos niños terminan haciéndolo para después poder hacer lo que les gusta o para que dejen de exigirlos. La constante alabanza y premio social, junto con la posibilidad de interactuar, jugar o disfrutar de un tiempo libre, terminan por hacer que los pequeños realicen lo que se les pide con mucha menos molestia y hasta con cierto grado de disfrute.
Por otra parte, el llanto y el enojo son naturales y comprensibles al ser exigidos. En niveles moderados o funcionales (que a pesar del enojo o el llanto, el niño siga haciendo cosas de manera aceptable) no afectan al niño (no generan cortisol ni gran nivel de estrés), por lo que no debieran ser eliminados. Hay que dejar un lugar para la expresión emocional de los niños, un cierto “derecho a pataleo”, sano y aceptable.
Si lo pensamos detenidamente, que pasa cuando se nos dice ¿por qué te enojaste? o deja de llorar: lo más probable es que lloremos o nos enojemos más aun. Lo mismo sucede con los niños.

Recuerde, si el llanto o el enojo no son muy disruptivos, no se enganche con ellos. Siga actuando de manera tranquila, entregando objetos o solicitando acciones simples y hablándole al niño, no a su molestia o berrinche. El llanto es, hasta cierto punto, sano, en el sentido de que permite el desahogo y enfriamiento del niño. El berrinche en cambio, es una conducta de huida o ataque, con altos niveles de cortisol, que a la larga, resultan dañinos para el cerebro. Por esta razón, en un primer manejo, debemos aguantar una cierta cantidad de llanto, que a la larga calma al niño y le permite modularse. Lo que intentaremos controlar en mayor medida será la pataleta y sus consecuencias nocivas, tanto para el niño, como para el entorno.
Por último, es fundamental reflexionar acerca de las posibles causas de las reacciones inadecuadas en un niño con TGD. El espectro es amplio y variado para cada caso. Sin embargo, podemos agrupar también las causas, para poder elegir los procedimientos de manejo de forma más adecuada.
El primer grupo de causa se refiere a estados fisiológicos naturales tales como el hambre, la sed, el sueño y el cansancio o fatiga. También podemos incluir estados de desagrado corporal tales como enfermedad, alergia, calor, frío, ropas molestas, pañales húmedos, etc. En estos casos, junto con realizar procedimientos que favorezcan la modulación afectiva, el solucionar el problema fisiológico rápidamente disminuye la molestia y las reacciones inadecuadas. La mayoría de las familias reconoce estas causas y sabe como solucionarlas. No obstante esto, es adecuado utilizar algunos procedimientos que describiremos, para enseñar a nuestros hijos a esperar (por la comida, bebida o salir), a interesarse por otra cosa mientras se soluciona el problema o a manifestar su descontento de manera socialmente aceptable (por ejemplo, con un llanto suave y abrazarse a la mamá, sin golpear o gritar).
En un segundo grupo encontramos el deseo por algo, un objeto, un lugar, un alimento, una acción o una persona, entre otras. Si no existe problema en que el niño obtenga lo que desea, es importante enseñarle a esperar y pedir de manera adecuada lo que quiere (señalar, vocalizar, nombrar). Describiremos acciones para el caso de que no se pueda entregar lo que quiere (vamos de viaje, no se le va a comprar) o no se deba (alimentos prohibidos, objetos que le dan alergia).
Un tercer grupo de causas se relaciona con la molestia por situaciones indeseables para los niños. Aquí se encuentran desde las fobias a las molestias. Para el caso de que el niño tenga un temor extremo frente a algo (ruido, televisión, objeto) es conveniente anticiparse y evitar la exposición a tales situaciones. Luego se puede intentar con procedimientos de desensibilización, que describiremos más adelante. También, en este grupo, encontramos las molestias frente al trabajo, la exigencia social o el cambio de rutinas.
En un cuarto y último grupo, podemos considerar los desagrados frente a la comida, el aseo o el dormir. Hemos considerado estas condiciones aparte, por razón de su frecuencia, la alteración de la rutina cotidiana, los mitos al respecto y la necesidad de conocer algunos aspectos fisiológicos particulares para entender tales problemas. Trataremos estas causas y sus posibles manejos en un capítulo aparte.

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